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Educar desde la pedagogía de la complejidad

El siglo XXI trae nuevas realidades y retos.  Algunas de estas realidades son la globalización de la economía, la precarización  de la vida de las mayorías, la  pérdida de certezas y de logros en derechos humanos y laborales, la inequidad entre las diversas subjetividades; el problema del agua, del alimento y la salud,  el incremento de la violencia en todas las latitudes, el menosprecio a la vida y al diferente, la trastocación de valores universales, el deterioro del planeta, el cambio en los sistemas educativos hacia un enfoque  pragmatista y utilitario a través de la concepción de competencias que permea en  los diseño curriculares, despreciando la formación integral de los educandos.

La modernidad y la irrupción en ella de la tecnología, ha llevado a la facilidad e inmediatez para estar informado de lo que pasa en el propio terruño y cómo estos hechos se replican en el mundo, y viceversa. El avance de la tecnología y su uso,  permite darnos cuenta de cómo los problemas son los mismos a nivel planetario, con las particularidades propias de lo local y que se ven reflejados en este nuevo orden mundial.

El siglo XXI trae de la mano la complejidad de la vida y de las interacciones, no sólo sociales, sino socionaturales.  En las relaciones interpersonales entran en juego  aspectos o dimensiones objetivas, como lo son  nuestra corporeidad y todo el entramado de relaciones que lo componen a nivel físico y químico, así como  toda nuestra subjetividad cambiante, nómada y muchas veces incomprendida, además de las dimensiones externas, políticas, económicas, sociales, culturales, todo esto moviéndose y creando nuevas formas de relacionarnos, inciertas, movedizas, cambiantes.

En cuanto a las interacciones socionaturales, es insostenible pensar que estas no existen,  así como que  están emergiendo formas distintas de relacionarnos con nuestro planeta Tierra, y que no son precisamente las mejores, como da cuenta el deterioro ambiental, de la vida y las relaciones humanas, pues insisto, en  el planeta del cual somos un fragmento, todo está en relación, y lo que ocurre en una parte, tiene sus repercusiones en el todo.

El enfoque de competencias en el mundo escolar  y del trabajo se reproduce en el mundo de la cotidianidad, vulnerando a la población de por sí ya en desventaja, y atomizando aún más el conocimiento y el verdadero sentido de lo que se ha venido llamando trabajo en equipo o colaborativo, haciendo las relaciones más frágiles e interesadas, donde el trabajo en grupo se da cuando se busca sacar ventajas del otro.

Por ello es que vale hacerse la pregunta ¿Y en todo esto, qué papel juegan  la educación y el docente? Un papel trascendental. Si. Trascendental.

En un mundo extraño, diverso, cambiante, complejo, la escuela tiene un gran reto: hacerle frente, de la misma manera,  educar desde una pedagogía de la complejidad. ¿Y qué quiere decir esto? Recuperando el pensamiento de Edgar Morán, diríamos que es  formar a nuestros estudiantes de manera transdisciplinar, lo  que implica un cambio en nuestra pedagogía. Dejar de enseñar de manera aislada, disciplinar. En  cambio, partir del contexto propio y de manera compleja, ver al estudiante en toda su multidimensionalidad humana, al objeto de estudio mirarlo también desde todas las dimensiones posibles para poder entenderlo de manera holística, integral, tomando en cuenta primero el contexto local y luego el mundial para así alcanzar un desarrollo armónico del estudiante y  crear una ciudadanía ética y planetaria.

Y esto sólo puede hacerse con profesores que continuamente estén reflexionando en qué es ser un docente, y cuál es su función en el hecho educativo y en el mundo. Para formar este tipo de docente, que impacte en sus estudiantes y en la comunidad, pueden emplearse herramientas  metodológicas como la Investigación Acción participativa, el trabajo pedagógico crítico,  dialógico y creativo y por supuesto el compromiso por el desarrollo de la sociedad.

Ese desarrollo es también un proceso complejo que involucra a toda la comunidad escolar, con un andamiaje de  otros factores, sin embargo,  el docente del siglo XXI no puede conformarse con un papel reproductor de lo que las políticas educativas le quieren imponer. El docente del siglo XXI deberá ser un profesional que se asuma también en toda su subjetividad, sus aciertos,  errores, potencialidad, es decir toda su humanidad y así deberá ver a sus estudiantes y hacer de su práctica pedagógica un objeto de investigación y de análisis que lo lleve a realizar una verdadera praxis,  teniendo como premisa principal la ética que guie su hacer pedagógico para bien de sus estudiantes.

El estado mexicano si se precia de ser democrático, tendrá que abrir espacios para el debate pedagógico real, para la inclusión de la diversidad de pensamientos, y sobre todo para la expresión plural y sin cortapisas de la visión de los profesores, de las universidades, de las escuelas formadoras de docentes y que ellas, junto a sus estudiantes y comunidades digan qué necesitan para incorporarse al progreso sin tener que renunciar a sus utopías ni al anhelo por el logro de  mejores formas de vida para la realización personal y comunitaria, el alcance de su autonomía y  felicidad, pero no como una promesa futura, sino como una realidad  en el día a día de su  acontecer.

Dra. Esperanza del Rosario Perera Coello

Académica de la UPNECH, Campus Chihuahua

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